27 septiembre 2007

Un domingo más


Domingo, 4 de la tarde. El tiempo se ha parado en esta pequeña cafetería en medio de una gran ciudad. Nada es lo mismo dentro de estas cuatro paredes. El reloj deja de marcar la hora en su interior. Un ambiente relajado y añejo inunda la sala. Una rutina que me ayuda a olvidarme de aquello que no quiero recordar. Que me ayuda a evadirme de un mundo que no entiendo y que gira muy deprisa para mí. Me acaban de traer el café y quema. Normalmente lo pido con la leche natural, seguramente por las prisas del día a día, pero aquí me da igual. Seguramente pasaré gran parte de la tarde con este café, así que no me importa que no se pueda beber al instante. Abro mi libro, una bonita historia de amistad y aventuras, y me sumerjo en las amarillentas páginas durante un rato.

Al cabo de un par de capítulos levanto la vista del relato. Ya no estoy sola. Al fondo, en una esquina, le veo con su libreta de notas, como cada domingo. Un peregrino de esos que en cuanto encuentran un lugar tranquilo no cambian de hábitos. Le miro me y me sonríe. Supongo que yo también soy uno de esos peregrinos... Dos mesas a su izquierda una mujer parece perdida, sin saber donde mirar. En sus manos, un clásico: Macbeth de William Shakespeare. Me pregunto si estará allí por voluntad propia o por un caprichoso deseo del destino. Finalmente en la barra la camarera descansa tomando un café. Lee una de esas revistas que tanto están de moda sin apartar la vista de sus clientes. Es un lugar tranquilo y no necesita mucha vigilancia. Los que acudimos a él somos pocos pero siempre estamos bien atendidos. Ella siempre está ahí.

Mi café sigue ardiendo, como lo estaba cuando la misma camarera me lo sirvió. Me paro y observo lo que me rodea. Me gusta este lugar, es como volver a una época en que el tiempo no importa. Miro las paredes y pienso que deben guardar mucho recuerdos y secretos. Me lo dice el color amarillento de sus paredes, el desgaste de sus cuadros, las patitas de sus sillas. Sin embargo, es un sitio acogedor, uno de esos locales en que pasas la tarde como si no hubiera un mundo en el exterior, como si nada importara realmente. Vuelvo a posar mi mirada en mi libro, aquel que llevo todos los domingos a ese mismo lugar. Es un buen libro, lo he leído muchas veces, pero me enternece de tal modo que no puedo dejar de leerlo. Es como aquel que escucha una canción por primera vez y la ata a un recuerdo. Pasará días, meses e incluso años oyendo la misma canción, pero no importa. Esa canción es parte de un momento, de una vivencia terminada. Es revivir aquello que se aleja y que nos negamos a perder. Es recuperar aquello que alguna vez fue nuestro. Eso es también para mi ese libro.

Es hora de volver al mundo real. Un mundo lleno de peligros e incongruencias que nunca lograré comprender. Un mundo al que, de alguna manera, pertenezco y que, en cierto modo, también me gusta. Me levanto de la silla y voy a pagar mi café. Ella me ha oído y se levanta también. Ya me sé el precio, así que saco las monedas del bolsillo y se las doy. Ella sonríe y dice:

"¿Hasta el domingo que viene?"

"Hasta el domingo"

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bien plasmada la rutina de ir al café y conocer esa gente que te ha rodeado siempre que estas allí.

Me ha gustado muchísimo; pero estoy en desacuerdo en las palabras: "Es hora de volver al mundo real"... Lo dices, como si el bar/café fuera una parte de la obra que estabas leyendo.

¡Está genial! ^^

Neferet dijo...

Gracias por tus opiniones^^

La verdad es que esa era la idea que quería darle porque esa rutina de ir siempre al mismo café y evadirte del resto del mundo deja la misma sensación que cuando lees un libro que te encanta ya que cuando paras de leer sientes como si hubieras cambiado de mundo :P

Macbeth dijo...

Macbeth siempre está ahí. Aunque yo ande sepultado bajo el peso de mis responsabilidades, también estoy aquí. Y me acuerdo de los amigos. Un beso de mi parte, y sabes que con el viaja uno de Kat.