11 diciembre 2007

A mi creadora

Capitulo I

Eran tiempos difíciles para mí, me sentía perdido en un mundo que no me gustaba y al que evidentemente yo tampoco le gustaba. Se puede decir que la vida no me había tratado como yo me merecía. Aquella era una noche como tantas otras. Había salido a pasear por las calles de Nueva Orleans buscando una paz que sólo encontraba en la oscura soledad de la noche. Me sentía a gusto en aquellos parajes, sin nadie a mi alrededor. La soledad que me rodeaba era una soledad deseada y a la vez odiada. La deseaba debido a que nadie que conociera podía compartir mi pena que era fruto de una vida de inconformismo hacía esta sociedad. Se que pensareis que esto no es tan importante ni doloroso como la muerte de un ser querido o la desaparición de algo o alguien a quien apreciamos, pero es más frustrante. A la vez odiaba esa soledad pues no soporto el echo de pensar que estoy solo en el mundo y en esos momentos es lo que sentía mi corazón.

Pero aquella noche parecía ser diferente a las demás. Desde que había salido de casa sentía una presencia que me acompañaba, pero cada vez que me giraba para comprobar de quien se trataba no conseguía ver mas que la oscura y silenciosa calle que dejaba a mis espaldas. Puse rumbo hacia “La Cueva”, una taberna donde solía ir a emborracharme en las frías noches de invierno. Cuando llegue al callejón donde ésta se encontraba, sin previo aviso, alguien me cogió de las axilas y me levanto del suelo. En uno de mis peores pensamientos creí que la muerte que tanto había esperado había decidido bendecirme con su presencia, pero para mi asombro comencé a sobrevolar los tejados de las casas de mi barrio sin saber quién me conducía ni a qué lugar. No conseguía gritar, pues una fuerza extraña me impedía emitir cualquier sonido. En pocos minutos habíamos sobrevolado Nuevo Orleans y habíamos aterrizado en la boca de un frondoso bosque que se encontraba en las afueras. Por fin y una vez en tierra firme pude volverme y ver la misteriosa figura que me había estado siguiendo toda la noche. Era una hermosa mujer de larga melena blanca y ojos azules, ataviada de joyas doradas que hipnotizaban los sentidos. Su estatura era algo mayor a la mía y sus manos y rostro eran excesivamente delgados. Llevaba carmín en los labios de un color granate que hacía juego con su esmalte de uñas las cuales destacaban en la oscuridad bajo la sombra que ofrecía la capa con la que se abrigaba. En esos momentos me sonrió y sus labios dejaron entrever unos colmillos largos y afilados. “Un vampiro”, pensé. Pero aquello no era posible, había escuchado hablar sobre esas criaturas nocturnas pero creía que eran meras leyendas.

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